Vaya que resulta sencillo recordar la primera vez que nos rompieron el corazón. Es, con poca suerte, un viaje al pasado que en ocasiones resulta incómodo o muy doloroso, y con mucha suerte, un chiste; algo de lo que con el tiempo nos reímos entre amigas...
Pero a veces, la primera ruptura, ese primer hueco profundo, no es causado por aquel muchacho o muchacha que nos gustaba tanto. A veces, esa herida es provocada por quienes, en teoria tienen la responsabilidad de amarte. En mi caso, fue el “padre”.
Cada vez que la vida me insertaba en una historia de romance, tipo comedia o drama, todo siempre terminaba por desplomarse (cortesía de esa primera gran herida)...Lo que al principio no reconocía, fue creando un efecto dominó en mi interior.
Digamos que no fue hasta que llegué a una edad mucho más adulta que pude entender por qué dolían tan profundamente las desilusiones en mi corazón. Ya que si usaba la lógica, mis reacciones estaban fueras de proporsion. Es decir, mis sentimientos por fulanito y menganito no eran tan fuertes, como para sufrir así.
Tal vez pueda que te preguntes, ¿que fue lo que hizo mi padre tan grave, como para romper mi corazón y dejar un hoyo negro en mi?
Bueno, la respuesta es sencilla: no es todo lo que hizo, al contrario, es todo lo que no hizo. Cuando cumplí dos años, él y mi mamá se separaron, y fue el inicio de una presencia intermitente que rápidamente se convirtió en ausencia. El "padre" no estuvo para mí, de pequeña pensaba que me habia dejado de amar, o que tal vez nunca lo habia hecho, dicho pensamiento me desgarró el alma y marcó un precedente en mi vida, en especial la amorosa.
Mentirle a una niña al teléfono y prometer visitas, que solo se darían en su imaginacion, puede crear un hoyo negro hasta en el corazon del mas inocente. Mi inocencia me hizo creer, y si creí en él, más veces de las que he creído en nadie. Con el tiempo, entendería que nunca mas volvería a verlo.
A la niña que fui le dijeron mil veces que no le haria falta nada de él, pero se equivocaron, sí me hizo falta una única cosa: una explicación. Una que dijera lo que ahora sé, que aplica a casi todos los casos de desamor (es una frase muy poderosa) : Tu amor por mí no tiene nada que ver conmigo. Tu amor habita en tu corazón, y es tu corazón el defectuoso, no yo. Esta simple aclaración habría ahorrado momentos de auto-menosvaloracion ...
El hoyo negro
¿Recuerdan el hoyo negro del que les mencioné? Ese que vivía en mí. Bueno, yo no sabía de su existencia, porque lo alimentaba una y otra vez, en lugar de reconocerlo y buscar cerrarlo.
Era un espacio de dolor profundo, uno tan grande que ensordecía mis sentidos. Se calmaba cuando recibía atención y afecto, pero cuando estas cesaban, el dolor regresaba multiplicado. Con el tiempo me convertí en una adicta a ser vista, a ser elegida, una adicta a la búsqueda de validación y amor, y una esclava de la autocompasión negativa.
No había hecho consciente el daño causado por el “padre”, así que reprimí cualquier conexión que me llevara a analizar mis malas experiencias en el amor con él. Es decir, si no había existido en mi vida, ¿cómo podría algo de esa vida tener relación con él?
No fui capaz de verme por quien realmente soy hasta muchos años después.
La ironia
Una de las lecciones que más me sorprende de mi primera experiencia de corazón roto es que me tocó crecer con él. Me tocó crecer con un corazón fracturado, al que las experiencias de la vida le fueron sumando cortadas y raspones. Curiosamente, fue solo cuando tuve una puñalada casi mortal al alma que tomé consciencia de todo esto. No fue sino hasta que me saturé de dolor que fui capaz de mirar hacia adentro.
No siempre —o casi nunca— la enfermedad termina siendo la medicina necesaria para sanar.
El dolor me despertó y me invitó a mirar adentro. Con el tiempo y mucho trabajo, me di cuenta de que, mientras más cerraba ese hoyo negro, las otras heridas también se iban cerrando.
¿Que irónico cierto? lo que me rompió, tambien me enseño a florecer.
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